domingo, 25 de marzo de 2007

He plantado un pino

Pero un pino de verdad. De los otros ya llevo muchos años plantando -gracias a dios aún no necesito los milagrosos productos de José Coronado-, así que no me entendáis mal.

Todos los años, al parecer, los de Medio Ambiente se dedican a repartir arbolitos a los ciudadanos que se pasan por las Delegaciones, para concienciar de la necesidad de cuidar eso en lo que ellos trabajan. Así que yo, que trabajo allí, me he surtido de árboles suficientes para llenar un patio.

Claro está, el tipo de árbol que regalan es autóctono. Así que nada de sauces llorones, palmeras de fantasía o cipreses... lo que han repartido son pinos, encinas y alcornoques (o alcorques, como alguno dice). Yo me he abastecido con uno de cada, aunque quizá lo que más gracia me haga es el pino.

Así que me he disfrazado de espantapájaros, me he armado con un pico, una azada, una azadilla y una pala de jardinero. Me ha faltado el bisturí, el escalpelo y un destronchador del tres... la falta de constumbre en una tarea es lo que tiene: te armas de todo lo que crees que necesitas y al final usas la mitad... y mal. Pero después de un largo rato, en el que no sabía si iba a plantar un pino o iniciar una perforación petrolífera, he conseguido hacer algo medianamente digno para que el brote siga... brotando:

Mientras estaba cavando me he acordado de un dicho muy famoso que seguro que habréis escuchado más de una vez:

"En esta vida hay que hacer tres cosas: escribir un libro, plantar un árbol y tener un hijo."

Recordé también que las veces que me lo han mencionado siempre ha sido atribuyéndolo a una enseñanza budista, hindú e incluso cristiana... Personalmente, cualquier cosa que tenga que ver con una lista impepinable de cosas que hay que cumplir yo la suelo asociar al cristianismo. Si ya tienen diez mandamientos, siete sacramentos, y un dios que es trino, también tendrán que tener, por deducción, tres cosas que debes hacer antes de morir (además, tres cosas aparentemente sin sentido, como el de no comer carne en la cuaresma). Perdón, quería decir que recomiendan, porque de todos es sabido que el cristianismo no es tan radical como otras religiones... Aunque si no las cumples perderás valiosos puntos en el formulario del juicio final que has de rellenar para entrar al cielo. Normas, normas, normas... y burocracias.

Pues ni unos ni otros... esa enseñanza viene de una religión bárbara y fundamentalista llamada islam. Y tampoco dice que tengas que hacer estas cosas en particular, sino que, en general, el hombre se ve recompensado en su vida si antes de su muerte ha logrado:

  • Hacer una buena obra que perdure.
  • Transmitir algún tipo de conocimiento provechoso para la gente.
  • Ser respetado por tus descendientes.

No es que estés obligado a hacerlo, pero si lo haces tendrás una satisfacción personal en esta vida, no en la ultraterrena.

Lo del hijo, curiosamente, se asemeja al mandamiento cristiano de "honrarás a tu padre y a tu madre", aunque con un matiz bastante importante, a mi juicio: Mientras que la religión cristiana prima el deber de respetar a tus padres -cosa muy importante, no obstante, en el acto de ser un buen hijo- el islam lo enfoca a que es el padre el que tiene que ganarse el respeto de sus hijos. Reflexionando un poco, ¿no es más lógico ser merecedor de respeto que tener que respetar a quien no se lo ha merecido?.

Pues reflexionando entre estas cosas y otras, al final terminé plantanto el pino, la encina y el alcornoque. Y pensé la cantidad de cosas que he hecho y me faltan por hacer. Por ejemplo, no me veo con fuerzas para escribir un libro: antes tendría que leerme alguno, para ver si es mejor hacerlo con tapa dura, o si se escribe a doble espacio y con fotos, o va todo más apretado. Sin embargo, pensé si, de alguna forma, he contribuido a que mi conocimiento -no precisamente cultural- ha podido servir a alguien de igual forma que los de otros me han servido a mí. Eso quizá no deba contestarlo yo, pero pienso que de algún modo he podido cruzarme en la vida de algunas personas, y con ello haber dejado alguna huella en ellas.

La culminación de este propósito sería, cómo no, ser recordado por alguna obra o pensamiento durante generaciones. Escribir un libro es la forma más literal de conseguir este propósito, pero para eso hace falta madera de escritor. Sin embargo, es algo visceral en todo ser humano, por encima de cualquier religión, el querer ser recordado una vez que nuestra vida se acabe. Supongo que estará muy relacionado con el instinto de la perpetuación de la especie, ya que tener hijos es también un signo de continuación de nuestra existencia. Sé que no estoy descubriendo Roma con esta reflexión, pero sí es curioso señalar cómo tanto el dicho famoso del árbol-libro-hijo como el original del islam motivan las tres metas de la satisfacción humana en el mismo origen: Dejar algo que perdure para seguir siendo recordado, incluso más allá de nuestra muerte.

Es algo sutil lo que nos mueve a realizar estos actos. Posiblemente permanece escondido en el fondo de nuestra conciencia, ya que en las ocasiones en las que pretendemos sacarlo a la luz y airearlo, se nos puede reprender por considerarse un acto de egolatría y presuntuosidad. Para no divagar demasiado, vuelvo al caso base: Es bonito ver crecer el árbol que uno planta, o seguro que es enriquecedor escribir un libro; por supuesto, tener un hijo debe ser lo más grande que le puede pasar a uno en la vida. Pero, unido a todo esto y con igual motivación, ¿no es inevitable pensar cuánto durará mi arbol y si se acordarán que fui yo quien lo plantó, cuántas generaciones seguirán leyendo mi libro o si mis hijos me querrán y recordarán una vez yo muera? No creo que pensar así sea petulancia: es un acto natural.

Pues ahí estaba yo, con mis brotes recién plantados, pensando si alguien se acordará de mi cuando sean hermosos árboles forndosos... y caí en la cuenta que los había plantado demasiado juntos, en una tierra pedregosa y con el considerable riesgo de que mi padre -algo pirómano- les prenda fuego en una noche de San Juan o mi madre, en su afán por organizar, arranque los indefensos arbolitos cuando me vaya. Mal camino he elegido para ser recordado...

Además, hay una pequeña bola de pelo blanco desdentada, un híbrido de rata de laboratorio y proyecto de can de media patada que, amenazante, esperaba la consumación de mi obra para arruinarla. Me refiero a mi perro-rata que, como se puede observan en la instantánea, no quitó ojo a mi reforestación particular:

Sé que no será hoy, tampoco mañana... pero, cualquier día, mis esperanzas de dejar una huella póstume se ahogarán en orines de perro.

Hasta que llegue ese día, iré pensando en algún plan B para poder dar salida a mis inquietudes humanas, ya que lo del hijo se me antoja bastante más complicado que escribir cien libros usando el papel de un bosque que yo mismo haya plantado. Y exagerando, aún algo más...

Por cierto, quien no tenga miedo a descubrir que otras religiones también tienen buenas enseñanzas -y quizá, quién sabe, a descubrir que lo que une a las civilizaciones y religiones no son precisamente sus dioses y mandamientos, sino la razón, la tolerancia y el pensamiento lógico de buena convivencia- a lo mejor encuentra interesante lecturas como ésta, que me descubrió el origen del dicho con el que he comenzado este ladrillazo. Os puedo asegurar que no me han entrado ganas de inmolarme en el nombre de Alá, ni ponerme mirando a la meca ni tapar con burkas a las señoras. Quizá, en cualquier caso, me haya servido para dar otro paso en dirección contraria a los tópicos y a la nueva cultura de eslóganes fáciles para aborregación de masas.

Me siento con ganas de bajar a la caverna...